viernes, 3 de diciembre de 2010

Biutiful: desarrollo, lado b

Por Ignacio del Valle D.

Alejandro González Iñárritu / España - México - EEUU /147 min

Biutiful, belleza imperfecta, doliente, que viaja sin papeles en vagón de tercera. Aquélla a la que se tienen que resignar los miserables, los marginados, los anónimos daños colaterales de una mundialización cuya mala ortografía es el síntoma gráfico de su mala conciencia. Biutiful, retrato de Dorian Gray del mundo desarrollado, que le devuelve una imagen perversa que éste quiere ocultar o expulsar. Como las Señoritas de Aviñón que Picasso desfiguró gradualmente hasta hacerlas pasar de la belleza a la monstruosidad. Como el puerto de Nápoles, que describe Saviano, donde los contenedores que llegan de China se cruzan con otros que llevan hacia el gigante asiático los cadáveres congelados de trabajadores chinos ilegales.

La transculturación, el hibridismo y la inmigración han inspirado siempre a González Iñárritu, sin duda porque él y su cine son el fruto de esos procesos. Sin embargo, Biutiful es la película donde aborda este aspecto con mayor profundidad y con mejores resultados. Para conseguirlo Iñárritu apuesta por otorgarle protagonismo a la gran ciudad, para hacer del territorio urbano el cuadro omnipresente y omnipotente en el que ambienta la acción, como ya sucediera en Amores Perros y en una de las tres historias de Babel. Pero no es este el territorio apto para el flâneur burgués, ni mucho menos para el observador distante. Más bien parece un marco opresivo, venenoso y envenenado, una especie de hiedra que se va enredando en el cuerpo del habitante hasta terminar atrapándolo.

Por eso Barcelona resulta irreconocible en el filme, no es aquí esa ciudad pujante, ese centro cultural que ha alcanzado fama mundial. No es ni siquiera la capital catalana –quizás por ello nadie habla catalán en el filme-, es más bien una lugar gris, angustiante, al que se ha llegado casi por azar y del que difícilmente se podrá salir. Hay que reconocer que esta forma de representar la ciudad no es algo nuevo en el cine español; la miseria de los bajos fondos barceloneses y madrileños ya había sido abordada, entre otras, por las obras kinkis de principios de los ochenta. Sin embargo, Iñárritu pone el acento no sólo en los proletarios andaluces, sino que en la multitud de minorías llegadas en los últimos años: marroquís, cameruneses, ecuatorianos, chinos, rumanos… Su destino parece ser la explotación en manos de unos pocos, en medio de la indiferencia y, a veces, del desprecio del resto de la sociedad.

En el filme, la salvación está siempre fuera de lo urbano, se concibe como un escape de la ciudad que, sin embargo, termina por quedar trunco o resultar contraproducente, como si un destino caprichoso se negara a aceptar esa huida: un inocente viaje a los Pirineos que desencadena el desastre; una emigración a México que conduce a la muerte; la espera culpable, en la estación, para emprender el retorno a Camerún. Incluso el Más Allá (la única salvación posible que abre el filme) es representado como un bosque nevado, de un blanco virginal, impoluto, contraste por excelencia de la contaminación urbana.

Uxbal (Javier Bardem) es el único héroe que puede nacer de ese ambiente enrarecido. Mafioso de poca monta, luchador eternamente fracasado, hombre de buenas intenciones y malos resultados. Está enfermo, como la ciudad que lo ha forjado. Parece haber extraviado el rumbo, parece dudar de que ese rumbo exista, pero sigue adelante. Se puede rastrear una cierta tradición cristiana en el origen de este personaje; la idea de la caída, del pecado, del descenso a los infiernos y la lucha por la superación están en la génesis misma del personaje. Su angustia y su arrepentimiento recuerdan al buen ladrón. Un buen ladrón que intenta, eso sí, llegar al sacrificio de Cristo. El extraordinario talento de Bardem -¿ha llegado ya a su cúspide como actor? ¿existe esa cúspide para él?- y la capacidad para dirigir actores de González Iñárritu evitan que el personaje se convierta en un modelo moralizante, en una estatua de bronce o en un manual de catequesis postmoderno. Todo lo contrario, su complejidad es brillante, sus contradicciones lo vuelven humano, creíble, casi tangible.

A pesar de que en ciertos pasajes puede notarse la ausencia del guionista Guillermo Arriaga, González Iñárritu ha demostrado que puede hacer un film coherente y sólido, sin su tradicional colaborador. Las múltiples líneas de la trama, el gran número y la profundidad de los personajes –cada uno resulta perfectamente definido-, las sucesivas y complementarias posibilidades de lectura, hacen de Biutiful un filme que tiende a la superposición de elementos y a la oposición de contrarios, lo que pone de relieve su inspiración barroca. Estos rasgos estilísticos ya se encontraban en las anteriores películas de González Iñárritu y son quizás su firma de autor, pero aquí se intensifican, se vuelven más acentuados, quizás también más penetrantes. Biutiful es la película más lineal de Iñárritu –la menos manierista en lo que respecta a la estructura narrativa-, pero termina por resultar la más compleja y quizás, también, la más madura.