miércoles, 28 de septiembre de 2011

La Violeta chilena revive en la pantalla grande


por María José Bello

¿Cómo capturar la esencia de la más grande folclorista chilena? ¿Es posible retratar la complejidad psicológica y creativa de un personaje singular? ¿Cómo ser fiel a una biografía llena de altibajos, matices y recovecos? El director Andrés Wood -en su última cinta Violeta se fue a los cielos- asume el desafío de construir la primera película de ficción acerca de la artista que compusiera Gracias a la vida y que luego se suicidara en el año 1967, a la edad de cincuenta años.

Pasión, genialidad, amor, versatilidad, locura, tesón, sencillez, grandeza, son algunas de las características que definen a Violeta Parra y que son resaltadas en la película, la cual se basa en el libro homónimo de Ángel Parra, hijo de la cantante. Pese a que la figura de la artista, así como sus canciones, tienen un lugar protagónico dentro del imaginario cultural y popular chileno -y latinoamericano- son pocas los espacios formales e institucionales en que se puede descubrir algo más acerca de su historia. El filme de Wood le rinde a ella un homenaje audiovisual, rescatando algunas escenas significativas de la biografía de la cantante, compositora, recolectora de canciones populares y artista visual.

La película recorre momentos como la infancia de Violeta en una zona rural aledaña a la ciudad de Chillán; sus inicios a la música inspirada por su padre, maestro de escuela y guitarrista; sus travesías por el campo en busca de ritmos y letras de canciones tradicionales; el trabajo junto a su familia en espectáculos itinerantes a lo largo de Chile; sus amores y su relación con sus hijos; el concierto en la Polonia comunista; su exposición de arpilleras (tapicería artesanal bordada) en el Louvre; o el apogeo y decadencia de su proyecto de exhibición y experimentación musical albergado bajo una gran tienda de campaña en Santiago. Todas estas escenas son intercaladas con la recreación de una entrevista hecha por la televisión argentina y acompañadas por el ritmo y las letras de sus canciones como Volver a los 17, El rin del angelito o Run Run se fue pa'l norte.

Hay escenas más intensas y mejor logradas que otras, pero lo que le da la mayor riqueza a este retrato cinematográfico es la potencia de la interpretación de Francisca Gavilán, actriz protagonista de la película, quien logra retratar de manera sobresaliente el talento creativo y el temperamento de Violeta. Es la primera vez que Gavilán tiene un rol protagónico en un filme y, tras una preparación de un año -que incluyó clases de guitarra y de canto- la cantora popular parece reencarnarse en el cuerpo y la voz de su intérprete.

La fragmentación y la desarticulación narrativa del filme -dadas por una estructura que es más de collage que de relato lineal- se ven suavizadas por la coherencia y la fuerza de una actuación que funciona como motor y bisagra de las diferentes escenas. Tal como lo ha dicho Wood, lo que busca el filme es una aproximación humana a la figura de la cantante más que un recuento exhaustivo de su vida. En este sentido se logra el objetivo porque se aprehende el ethos de Violeta: los extremos de una psicología que gravitaba entre la iluminación y la oscuridad, entre la inspiración y la tristeza. Nos aproximamos así a su relación apasionada con la vida, la música, la política, los hombres. Como espectadores nos adentramos en una genialidad que comprendemos fue fruto y víctima de una pulsión bipolar que la llevó finalmente a su trágico desenlace.

La dirección de fotografía a cargo de Joan Miguel Littin es sobresaliente. Los planos fijos frontales tipo retrato se alternan con una cámara en mano, ágil y desordenada, que acompaña a la protagonista durante sus recorridos en el monte. Quietud y vehemencia, claridad y sombra, composición y azar se entremezclan en una cinta que da mucho espacio a lo poético.

Violeta se fue a los cielos ha sido descrita por la crítica como la más autoral de las películas del director chileno Andrés Wood (Historias de fútbol, Machuca, La buena vida, …). Esto se debe en parte a una propuesta visual y sonora que actúa como contrapunto a la actuación, reforzando una sensación de belleza trágica e inquietante, en que se vislumbra la personificación de la muerte o impulso de tánatos. Esta impronta estética se anuncia desde la primera escena en que oímos un sonido perturbador, un ruido sordo, como una puerta desvencijada que se arrastra por efecto del viento. Vemos al mismo tiempo el primer plano de un ojo, que parece humano, pero que es más bien de una gallina, en todo caso, ambiguo. La humanidad de lo animal, o la animalidad de lo humano, los ires y venires entre lo onírico y lo real, entre cordura y locura, soledad y comunidad, parecen estar anunciados en este primer guiño que puede servir como guía para leer la interpretación de Violeta que trasluce este relato.