miércoles, 17 de noviembre de 2010

El verano de Goliat

Por María José Bello N.

Nicolás Pereda / México / 2010 / 76 min.

El título de esta película suena a invitación, una suerte de llamado a descubrir las aventuras veraniegas de un personaje con un nombre singular. Pero conociendo un poco de la filmografía del joven director mexicano Nicolás Pereda (28), sospecho que habrá alguna sorpresa, que el entramado dramático irá más allá de una narración lineal de las vivencias de un período estival.

El verano de Goliat, que se encuentra compitiendo en la categoría largometrajes de ficción del Festival de Cinema Independent de Barcelona, L'alternativa 2010, ha obtenido en el mes de septiembre de este año el premio a mejor película de la sección Horizontes del Festival de Venecia y luego el galardón a mejor película en el Festival Internacional de Cine de Valdivia en Chile, comenzando así un excelente recorrido por festivales.

Se trata ante todo de una película peculiar, intimista pero denunciadora, pausada y a la vez intensa. Promete algo, pero no cesa de cambiar de rumbo. Hay escenas que se nos presentan como documentales, pero de las cuales finalmente no tenemos la certeza que lo sean, hay otras en que pasamos de lleno a la ficción, y algunos espacios inclasificables, experimentales, en que toma protagonismo el ritmo y la textura visual de la imagen por sobre cualquier acción que se desarrolle en ella. En este sentido, me parece que este es uno de los filmes que mejor podrían ejemplificar las teorías que aspiran derribar las clasificaciones de ficción y no ficción en el cine. Esta película podría caber en una categoría más amplia, menos narrativa y más poética, algo así como un “ensayo audio-visual”. El mismo director ha explicado en una entrevista que no tiene ningún problema ético (con la mezcla de códigos del documental y la ficción), que no cree en la total objetividad del documental, porque a fin de cuentas estas realidades están insertas en un mundo de ficción, incluso cuando los personajes cuentan cosas que son verdaderas.

Es una historia coral, que no profundiza en la evolución dramática de los personajes, sino que más bien nos sitúa en un momento concreto de sus vidas, trayendo a colación el pasado que los ha marcado y sin dejar muchas puertas abiertas para su futuro. Goliat (Oscar Saavedra) es uno de ellos, un niño del que se dice que mató a su novia. Teresa (Teresa Sánchez) es la otra portagonista, una mujer de unos cincuenta años que está viviendo el duelo de la partida de su marido quien la ha dejado por otra, y finalmente Gabino, el hijo de Teresa, que está siguiendo una formación militar. Toda la historia se sitúa en un pequeño pueblo rural mexicano.

La película habla sobre todo del abandono -y aunque la precariedad económica también va a ser un tema presente- lo que nos conmueve finalmente es la fragilidad emocional de estos personajes, que se encuentran viviendo un estado de gran soledad. A esta sensación psicológica se le suma una amenaza constante: la muerte. Pereda abre y cierra su película con una entrevista-conversación sobre esta temática. Se habla de la violencia y de la muerte como algo aceptado, habitual, socialmente instaurado, como una característica sintomática de un momento de la historia de un pueblo, pero también de una sociedad y de un país (en un momento hay una alusión directa al México de los narcos).

Los personajes y su comunidad aparecen como empantanados en sus problemáticas. Esto se traduce también a nivel visual y simbólico con imágenes de una selva espesa, con un camino que no lleva a ningún lado, con una mujer que acarrea frenéticamente una maleta con la ropa de su marido sin rumbo, con un río pestilente y pantanoso. Encontramos además un muy interesante trabajo de la banda sonora en que por momentos se amplifican los sonidos de animales e insectos para generar una sensación de amenaza y agobio. El trabajo de cámara es remarcable, especialmente los juegos de enfoque y desenfoque entre las escenas o al interior de un mismo cuadro.

El verano de Goliat evoca por momentos a La Ciénaga (2001), de la argentina Lucrecia Martel: personajes solitarios y desesperanzados en un universo adverso y amenazante, como reflejo de un momento histórico-político complicado en sus respectivos países.

1 comentario:

Я dijo...

Realmente es una estafa, la muestra de cómo se trafica con los apoyos oficiales en México... !!!