lunes, 29 de junio de 2009

El Artista: juego de espejos



Por Ignacio del Valle

Como una “especie de manifiesto” define Andrés Duprat el filme El Artista. Después consagrar veinte años al mundo del arte, el Director de Artes Visuales del Gobierno Argentino comenzó a sentir la imperiosa necesidad de escribir una historia sobre “este universo que amo y detesto a la vez”. Sin embargo, ¿cómo explicarle al público los dilemas de un mundo tan críptico –y muchas veces snob- como el arte contemporáneo? Duprat quería evitar a toda costa escribir un texto erudito, su objetivo fue conferirle a su reflexión una forma más creativa: escribir un guión de cine.

Andrés pensó desde un comienzo en su hermano, el documentalista Gastón Duprat, y en Mariano Cohn para realizar el filme. “Conocía muy bien su obra y su manera de filmar. Por eso, sin prevenirles, escribí el guión pensando en la interpretación que ellos pudieran hacer de mi propuesta”. La sinergia del trío dio luz a una obra inclasificable, suerte de ópera bufa, retrato crítico y finamente irónico del mundo del arte visual. El filme nos presenta a un verdadero antihéroe: Jorge Ramírez, enfermero tímido, soltero contumaz, treintañero de futuro poco promisorio, paria de las relaciones sociales. J. Ramírez -¿o habría que llamarle J. Gris?- cuya mayor osadía en la vida –quizá la única- es presentar en una galería de arte, como si fueran suyos, los dibujos de Romano, viejo autista del hospital donde trabaja y que sólo habla para pedir “puchos”. Y he aquí que gracias a los garabatos del bueno de Romano el éxito toca la puerta de Jorge que se vuelve el artista del momento. ¿Pero quién es el artista, aquél que dibuja sin ninguna voluntad específica o aquél que, como Duchamp, descubre en un objeto banal una obra de arte? Todo el filme se construye alrededor de este problema. “Romano nunca habría sido un artista sin la mirada de Ramírez y el rol social que éste desempeña. Yo creo que los dos dan vida a un solo artista”, explica Duprat.

Sin embargo la reflexión está muy lejos de detenerse allí. El Artista, tiene el mérito de apuntar en forma fresca y terriblemente hilarante hacia una de las grandes preguntas del arte: la cuestión de los límites de su campo específico, el problema de las fronteras de su espacio autónomo. La famosa apropiación artística de un urinario que llevó a cabo Duchamp parece tener un eco noventa años después en el gesto de Ramírez, al atribuirse los dibujos de Romano. Pese a ello, algo los separa. La acción provocadora de Duchamp se enmarca en la fe dadaísta, en el convencimiento de que es necesario “disolver el arte en la vida social”, como diría François Albera. La actitud de Ramírez es justamente la inversa, su interés último es introducirse en el círculo cerrado de la élite artística, sin pretender en ningún caso abolir sus fronteras. De ahí que el cuestionamiento hacia el mundo del arte no venga dado por Ramírez –al menos conscientemente- sino que por el filme en su conjunto.

La película muestra todo una galería de individuos típicos del medio artístico, que esgrimen con jactancia manifiesta un lenguaje erudito que esconde un discurso vacío. Se trata de creadores, críticos y curadores que observan los dibujos del tándem Ramírez-Romano. Unas obras que el espectador no verá jamás. Gracias a una cámara subjetiva, presenciamos cómo se pasean los personajes delante de los dibujos, como si nosotros estuviéramos del otro lado de ellos. El espectador adopta, por así decirlo, la mirada de la obra. “Las subjetivas hacen confrontar un público (el de la galería) con otro (los espectadores)”, explica Duprat. Se trata de un verdadero juego de espejos, que nos permite interrogar a los personajes, al mismo tiempo que ellos nos interrogan. La obra de arte deviene así el dispositivo que une dos mundos y los separa al mismo tiempo. Es por lo tanto una pantalla –parafraseando las teorías de Stéphane Lojkine- que muestra y esconde, que filtra como un biombo y que, por ello mismo, agudiza el placer de un público irremediablemente convertido en voyeur. Al mismo tiempo, ese juego de espejos, permite construir una lógica recursiva –un verdadero metalenguaje- que no deja de tener ciertas reminiscencias de Las Meninas de Velázquez. Al igual que en la obra del genio sevillano, lo que aquí está en juego es el estatuto mismo del arte.

Tal vez uno de los mayores aciertos del filme sea que Andrés Duprat y los realizadores Gastón Duprat y Mariano Cohn no cayeron en la caricatura simplona a la hora de construir la larga serie de personajes ridículos y rimbombantes que circulan frente a la obra de Ramírez. La caricatura está, es cierto. Pero el discurso de cada uno de los individuos que se nos presenta es coherente y lógico en sí mismo. Quizás por ello su esnobismo sale a la luz de una manera muchísimo más descarnada. “Me interesaba mostrar estos roles que la gente tiene un poco confundidos: el galerista, el coleccionista, el art dealer, el curador. Quería explicar como el arte visual se fue haciendo cada vez más endogámico y se fue alejando un poco de la gente. Eso es algo de denuncia que hay en el filme. En el arte contemporáneo se ha dejado de lado toda la parte de conexión sensual con la obra. La única conexión es intelectual, tiene que venir un boludo como yo a decirte, tú no ves nada, pero yo te doy diez argumentos para que entiendas. Eso atenta contra la potencia que tienen las artes visuales”, explica Andrés Duprat.

Para representar el mundo del arte contemporáneo los realizadores apostaron por no utilizar actores profesionales. Los personajes están interpretados por gente de la esfera visual, en lo que más allá de una humorada es sin duda un ejercicio de autocrítica. A ellos se añade el músico Sergio Pángaro en el rol de Jorge Ramírez –que saca adelante con una economía gestual casi minimalista y que raya en el distanciamiento-, el escritor Alberto Laiseca, como Romano, y el mismo Andrés Duprat en el papel de un curador que pretende apadrinar al protagonista. Asimismo, cabe destacar la presencia en dos escenas de León Ferrari, entre otras personalidades. Ferrari, uno de los artistas plásticos más destacados de Argentina, es además productor del filme y creador del afiche promocional.

La complejidad discursiva del guión tiene como sustento visual una fotografía cuidada con celo milimétrico y verdadera obsesión formal. La cámara, siempre fija, ofrece una verdadera sinfonía de encuadres y reencuadres que juegan constantemente con la composición de la imagen y presentan a menudo cierto desequilibrio visual -buscado expresamente- y mucha experimentación a nivel de la escala de planos (a veces el objeto de interés se sitúa en el centro de la pantalla, hay primeros planos donde aparece sólo la mitad de la cara del personaje, en otras ocasiones el horizonte visual está muy por debajo de lo acostumbrado, etc.). Asimismo, la banda sonora -otro de los aciertos formales- destaca reiteradamente lo que está fuera de campo, esto otorga una fuerte carga irónica a ciertas escenas.

El filme peca, eso sí, de ser predecible y a ratos un poco plano –quizás ello se deba a que Andrés Duprat no es un guionista profesional-. Por otro lado, hacia la mitad de la cinta, la trama se vuelve ligeramente reiterativa. Sin embargo, su extrema originalidad consigue subsanar en parte estos problemas. De no ser por ellos quizá El Artista hubiera podido acceder al galardón mayor del Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse –se lo arrebató Impulso, de Mateo Herrera-. Pese a lo anterior, el premio del público del certamen tolosano y el premio a la mejor ópera prima en la 15ª Mostra de Cine Latinoamericano de Catalunya dan, de todas formas, buena cuenta de sus méritos.

Una versión resumida de este texto fue publicada en francés, por su autor, en "La Película", diario de los Rencontres Cinémas d'Amérique Latine de Toulouse, marzo de 2009.

Entrevista integral (en francés) de I. Del Valle a Andrés Duprat en:


lunes, 22 de junio de 2009

Rudo y Cursi en busca de la taquilla


Por Ignacio del Valle

Alfonso Cuarón, Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro, tres nombres que son sinónimo de talento y, por encima de todo, de millones de dólares y éxitos de taquilla. Si a ellos unimos a Diego Luna y Gael García Bernal, puede esperarse una asistencia masiva de público a las salas, al menos en México. La conjunción de estas cinco estrellas de exportación del cine mexicano se ha dado en Rudo y Cursi donde los tres primeros oficiaron como productores y los otros dos como productores y protagonistas. La idea original, el guión y la dirección fueron responsabilidad de Carlos Cuarón, hermano menor de Alfonso.

Pese a ser su primer largometraje, Carlos Cuarón no es en absoluto un recién llegado al mundo del cine, a él debemos agradecer entre otras cosas el guión de Y tu mamá también, que escribió junto a su hermano. Para su debut tras las cámaras, Carlos Cuarón volvió a reunir a García Bernal y Luna, la dupla que protagonizaba aquel film. Pero si en el Y tu mamá también el motivo de rivalidad entre los dos adolescentes era Maribel Verdú, en Rudo y Cursi el conflicto viene dado por algo bastante menos atractivo –según como se mire, supongo-: un balón de fútbol.

La cinta narra la historia de dos hermanos, Tato (Cursi) y Beto (Rudo) que pasarán de la pobreza de un poblado en Jalisco, que vive de los platanales, al lujo, el mal gusto y los excesos del mundo del fútbol. Todo de la mano de Batuta, un caza talentos argentino, espejo absoluto del “chanta” o del “trucho”, interpretado por Guillermo Francella. Desde un comienzo queda claro que la intención de Carlos Cuarón no es retratar el fútbol como tal sino aquello que lo rodea y que suele llegarnos en forma de destellos estridentes e insoportables a través de la prensa del corazón o de los programas deportivos.

El director construye atmósferas plagadas de detalles kitsch, por donde pululan una seguidilla de modelos en busca de novio; una flotilla de todoterrenos de lujo; rancheras; apuestas ilegales; corrupción a todos los niveles; ajustes de cuentas y matones. No es la cancha de fútbol lo que importa. La cámara se centra en lo que suele estar fuera de campo en una transmisión deportiva o, usando un símil más apropiado a la temática: en el fuera de juego. Para representar este mundo, el director echa mano del humor -sobre todo al hacer la semblanza de los personajes- y no evita algunas notas trágicas, que confieren un gusto agridulce al filme.

La abundancia de largos planos generales con cámara al hombro, así como de algunos planos secuencias, le otorgan cierto distanciamiento a la narración respecto de los personajes. La cámara es testigo de los hechos, pero casi no se involucra con ellos. Lo anterior resulta consecuente con el espíritu que Carlos Cuarón imprime a su filme, aunque escribe una historia cargada de calamidades, el director mantiene siempre un tono lejano y un poco burlón.

A pesar de tener veinte minutos iniciales de gran interés, el filme va perdiendo fuerza conforme avanza. El director sabe cómo presentar las cosas, pero no cómo llevarlas a buen término. Por desgracia Carlos Cuarón se deja ganar por la caricatura fácil, plana y termina construyendo una trama más que predecible. El director no se adentra realmente en el mundo fútbol y su entorno sórdido, no escarba hasta llegar a su corazón sino que presenta un cúmulo de clichés y prejuicios que cualquier persona puede haber escuchado –o dicho- con anterioridad. Un ejemplo de esto es el personaje-narrador (el argentino Batuta), quien demuestra una omnipresencia similar a la del narrador de Y tu mamá también; sin embargo, a diferencia de éste, su discurso está repleto de lugares comunes, sacados de la clásica filosofía de usar y tirar de los comentaristas de fútbol. El recurso puede ser divertido en un comienzo, pero a la larga entorpece la narración y se vuelve repetitivo.

Hay que destacar, eso sí, el papel de Diego Luna. Un actor que cada vez despliega con mayor seguridad su talento en la pantalla grande. Su personaje es sobrio y convincente. Quizá el más creíble de todo el filme. Por desgracia, no puede decirse lo mismo de Gael García Bernal, que parece perdido en lagunas de las que no puede salir, quizá por culpa del guión y de la dirección de actores –sospecho que no está eligiendo bien los proyectos que caen en sus manos-. Sea como sea, la historia logra entretener, sin buscar mayores pretensiones. Las dos estrellas que la protagonizan, la temática y los grandes apellidos que sostienen la producción de Rudo y Cursi, han hecho del filme uno de los mayores éxitos de la pasada temporada en México y un nuevo producto de exportación azteca, para el gran público de todo el mundo. Una vez conquistada la taquilla, habría que preguntarse si tendrá la calidad suficiente como para soportar el paso del tiempo, sin caer en el olvido en un futuro cercano.

domingo, 14 de junio de 2009

Retrato del artista chileno Juan Downey


Por María José Bello N.

“Juan Downey. Más allá de estos muros” se titula el documental que se adentra en la vida y obra de uno de los precursores del vídeo arte en el mundo. Juan Ignacio Sabatini -sobrino nieto del artista retratado- hace un interesante trabajo de rescate del legado de Downey (1940-1993), poco conocido en Chile debido a que realizó toda su carrera en el extranjero.

La película formó parte de la selección oficial de documentales del Festival de Cine Latinoamericano de Toulouse en marzo pasado y acaba de ser estrenada en Chile durante el Fidocs (Festival Internacional de Documentales de Santiago) donde participó en la competencia nacional.

Sabatini ha señalado que el propósito del filme es despertar en los espectadores un interés por conocer el trabajo de Downey así como desmitificar la fama de inaccesible y difícil que para muchos tiene la obra de este artista, compuesta por más de 40 trabajos en distintos soportes como el vídeo, el grabado, la performance y la instalación, los cuales fueron expuestos en la Corcoran Gallery of Art en Washington, en el Whitney Museum of American Art en Nueva York y en el Museum of Modern Art de San Francisco, entre otros.

Tras terminar sus estudios de arquitectura en la Universidad Católica de Chile, Downey decide partir a Europa para dedicarse a la creación artística. Viaja en tren a Buenos Aires desde donde se embarca al viejo continente: su destino es Paris. Allí cursa un taller de grabado con el artista William Hayter. Su próxima estación son los EEUU, más precisamente Nueva York, donde conocerá a su mujer Marilys Belt y se establecerá para dedicarse a las artes visuales y a la exploración del vídeo como material creativo.

El documental se estructura sobre la base de los relatos de las personas más cercanas al artista como Marilys, un amigo de la universidad, su hermana Rosario y su editor en NY. Sus testimonios crean un ambiente narrativo intimista, en que se nos habla de la obra de Downey a partir de su persona: sus intereses, sus búsquedas, sus decepciones. Lo interesante es que como espectadores tenemos además un acceso privilegiado a los vídeos del artista, y con ellos, a su testimonio personal, puesto que él aparece en ellos. Juan Downey nos interpela mediado por el soporte de su creación.

Notamos estilos variados en sus grabaciones. Algunas son más personales y experimentales, y otras más sociológicas o etnográficas. Destaca especialmente la fuerza de aquel vídeo en que registra su visita de nueve meses a una tribu de los Yanomamis, indígenas caníbales de la selva Venezolana.

Juan Ignacio Sabatini, nos invita con este documental a viajar hacia el mundo de este hombre pionero y carismático, que decidió dejar su acomodada situación en el Chile de los años 60 para ir más allá de los muros que lo cobijaban y lanzarse en una excitante aventura sin retorno.


domingo, 7 de junio de 2009

La experiencia chilena en el Short Film Corner de Cannes

Fotograma de D-Construir de Eduardo Bunster

Por Ignacio del Valle

“A ciertas horas parecía la ONU”, así describe el realizador chileno Ricardo Núñez el enjambre de cineastas, productores, distribuidores y compradores que pululaban por los pasillos y las salas de visionado del Short Film Corner del Festival de Cannes 2009. Talleres, mesas redondas, proyecciones, puestos de visionado y, sobre todo, encuentro de negocios: todo a disposición del mundo del corto. Aunque no forma parte de las categorías oficiales del certamen, este mercado internacional de cortometrajes despierta cada vez más interés.

A lo largo de su quinta edición, llevada a cabo entre el 13 y el 22 de mayo, en el Short Film Corner se pudieron ver 1830 cortometrajes provenientes de más de ochenta países. De ese total de filmes seleccionados, seis son chilenos. ¿Una cifra ridícula? En absoluto, sobre todo si se tiene en cuenta, por un lado, el tamaño reducido de la cinematografía chilena y, por otro, que el 90% de los cortometrajes exhibidos provenía de Norteamérica y Europa (Francia por sí sola representó el 24%, en lo que es un claro ejemplo de las ventajas de jugar en casa).

Aquel lugar llamado Cine Plaza, de Ricardo Núñez; D-Construir, de Eduardo Bunster; Escorbo, de Diego Rougier (coproducción argentino-chilena); Tres al sol, de Tomás Yovane; El día del Sol, de Eduardo Peralta y Justo cuando es marzo te marchas, de José Miranda fueron las producciones chilenas que participaron. Todas de realizadores jóvenes, todas muy distintas entre sí, todas -o casi- trabajos universitarios y operas primas. Ninguna –inexplicablemente- dirigida por una mujer.

La mitad de esas producciones fueron enviadas a Cannes por Gitano Films y el Centro de Arte Alameda. Se trata de los films de Yovane, Peralta y Miranda. “El Short Film Corner es una de las más grandes muestras de cortometrajes del mundo, por ende, como Gitano Films nos interesa tener presencia de filmes chilenos independientes, que tengan un punto de vista diverso. Un material que no sea del circuito más mainstream del cine chileno”, explica Rodrigo Sáez, que se encargó desde Chile de coordinar el trabajo de Gitano Films en Cannes. La productora envió a Alejandro Parra como representante de los filmes chilenos que se daban cita en esa mole elefantiásica color crema que es el Palais des Festivals.

El trabajo de Gitano es fundamental para explicar la presencia relativamente alta de filmes de Chile, en comparación con otros países latinoamericanos con una cinematografía de talla similar, como por ejemplo Colombia. Por otra parte, junto a los tres cortos exhibidos en el Short Film Corner, Gitano Films presentó seis largometrajes chilenos en el Marché du Film del festival de Cannes: Te creís la más linda, Mami te amo, Edgar, Ana, Debut y Empaná de Pino. “Lo principal es que el material de estos realizadores pueda ser visto por gente que, a la vez, genera acceso a otras instancias de público, además de poder hacer que estos mismos directores se hagan un nombre en la escena cinematográfica mundial”, sostiene Sáez.

En el caso concreto del Short Film Corner la posibilidad de tener acceso a distribuidores de todo el mundo es más que real. A los 22 mil visionados de material producidos durante Cannes 2009, se añade la posibilidad de que cualquier comprador o seleccionador de otros festivales que esté inscrito pueda ver desde la página web del Short Film Corner el filme que sea de su interés. Sin embargo, el alto número de películas seleccionadas hace que la competencia por captar la atención de un eventual comprador sea muy dura. ¿Es efectivo el sistema? Es una pregunta pertinente sobre todo para los realizadores que habiendo quedado clasificados no pudieron acudir a Cannes personalmente.

“Decidí enviar mi corto a Cannes porque es un lugar donde supuestamente va a tener la atención de cineastas y productores de todo el mundo y donde, de asistir, podría compartir con esa gente y tener la posibilidad de hacer ciertos contactos que me permitieran seguir haciendo cine, ya no tan dificultosamente”, explica Eduardo Bunster, autor de D-Construir. Su film, fruto de cinco años de labor, resalta por su minuciosidad técnica y un trabajo estético de gran factura que recuerda la lucidez creativa de Alicia en el país de las maravillas de Jan Svankmajer. Pese a ello, Bunster no pudo ir a la puesta de largo de su propio filme y tuvo que conformarse con vivir todo el proceso desde Chile.

“Vivir el festival desde lejos te deja en la incógnita”, sostiene. “Tienes información vía mail de que personas han visto tu película a través de la página web del SFC, los eventos y otras actividades relacionadas, pero no sabes realmente lo que está pasando y obviamente no tienes la oportunidad de presentar tu película personalmente a la gente que asiste, que sería lo ideal. Creo que la experiencia la hubiese aprovechado muchísimo más asistiendo al festival en persona”.

“Hasta el momento, no he sabido nada de lo que ocurrió en el festival, espero recibir esa información con la productora que lo envió”, cuenta por su parte Tomás Yovane, realizador de Tres al Sol, un film de la Escuela de Cine de Chile que juega con la construcción en abismo e indaga sobre los fenómenos de recursividad a los que tan bien se puede prestar la narración cinematográfica.

Pese a la falta de información de la que hablaba Yovane, la experiencia sigue pareciéndole de gran importancia: “Obviamente, tener la oportunidad de participar del Festival de Cannes me produjo una sensación de confianza en mi trabajo, sin importar qué sucediera después, el hecho de estar presente, ya es un premio”. Una postura similar mantiene Ricardo Núñez, que no duda que calificar el Short Film Corner como “la experiencia profesional más importante de mi vida” y añade: “el Festival de Cannes es un desafío mental, físico y emocional a todas luces. Es una experiencia impagable para tu experiencia profesional”.

Aquel lugar llamado Cine Plaza, es el primer cortometraje que dirige Núñez y contó con fondos de la Universidad Uniacc y el patrocinio de la Comisión Chile Bicentenario. El filme -con ciertas reminiscencias del cine de Giuseppe Tornatore- es según el director “una alegoría a todos aquellos cines pequeños – de los cuales ya quedan muy pocos- y la relación generacional entre estos dos personajes (un niño y un viejo) que están conectados a través de su amor por las películas”. El paso por el Short Film Corner -al que sí pudo acudir- le ha permitido establecer contactos y quedar seleccionado en otros festivales internacionales.

¿Por qué no hay más cortos chilenos (y latinoamericanos en general) en el Short Film Corner? Las producciones latinoamericanas se acercaron tímidamente al centenar, lo que representa el 5% del total. Más allá de la participación considerable de México (42), Brasil (21) y Argentina (14) –las tres mayores industrias de la región-, la gran mayoría de los países latinoamericanos que acudieron a este mercado del cine sólo presentaron un cortometraje. Ello se debe sin duda al eterno estado latente del cine de muchas de nuestras naciones, la falta de medios técnicos, incentivos y subvenciones, así como la ausencia de una tradición cinematográfica asentada y otros problemas atávicos de los cines de América Latina. Sin embargo, si se tiene en cuenta que la producción de cortometrajes es, en general, considerablemente mayor a la de largometrajes, el escaso número de cortos seleccionados sigue siendo desconcertante. Tal vez la explicación esté en el poco conocimiento que se tiene de esta iniciativa del Festival de Cannes.

“A decir verdad, no tenia idea que existía el Short Film Corner hasta que la Escuela de Cine de Chile y Gitano Films me llamaron para decirme que estaban interesados en enviar el corto al festival”, reconoce abiertamente Tomás Yovane. Eduardo Bunster, por su parte, lo descubrió navegando en página web de Without a Box y Núñez sostiene que el hallazgo se debió a “pura y neta investigación”.

“Esperamos que los próximos años más obras nacionales participen en esta sección, ojalá en bloque, pues este tipo de oportunidades son ideales para fortalecer la creación de cineastas emergentes con experiencias internacionales”, afirma Núñez.

Nosotros también.

Trailer de Aquel lugar llamado Cine Plaza



Trailer D-Construir from Holoscopica on Vimeo.