lunes, 6 de julio de 2009

La arriesgada apuesta de Gasolina


Por María José Bello

La película Gasolina (2008) del director Julio Hernández Cordón (33) ha logrado destacarse como un hito dentro del cine guatemalteco de los últimos años. En septiembre de 2007 obtuvo el premio de Cine en Construcción del Festival de San Sebastián que le permitió cubrir los gastos de post-producción y el traspaso a 35 mm. Al año siguiente se alzó como ganadora en la categoría Horizontes Latinos del mismo evento. Estos éxitos le han permitido encumbrarse como la película guatemalteca más significativa desde 1994, cuando El silencio de Neto de Luis Argueta obtuvo una importante circulación en festivales.

Pero el camino para llegar a la cima estuvo lleno de obstáculos. Si para los jóvenes realizadores de países como México, Argentina o Brasil resulta complicado sacar adelante un proyecto de largometraje y luego distribuirlo en el mercado internacional, para los directores provenientes de países con poca tradición cinematográfica la situación es mucho más difícil. En estos no existe una industria del cine y muchas veces ni siquiera hay apoyos gubernamentales para incentivar la creación audiovisual. Es el caso del filme de Julio Hernández, que no tuvo ninguna subvención de parte del ministerio de cultura, por lo que el director tuvo que recurrir a diversas medidas de financiamiento que incluyeron una subasta de cuadros de artistas plásticos, quienes donaron sus obras para contribuir al proyecto del cineasta. Con esta acción se consiguieron más de 20 mil dólares de un total de 130 mil que costó la película.

Gasolina narra la historia de Gerardo, Nano y Raymundo, tres adolescentes de clase media quienes se pasan las horas robando bencina de los coches de sus vecinos para luego poder a salir a dar vueltas en auto. Hernández vivió su infancia en EEUU y regresó a Guatemala en la juventud. Su película tiene algunos ribetes autobiográficos puesto que su familia se trasladó a un barrio parecido al de los protagonistas, situado en la periferia de la ciudad, que no ofrecía muchas posibilidades para pasar el tiempo. ”El carro fue muy importante en mi adolescencia, me lo robé varias veces y lo choqué por lo menos tres”.

La trama de gasolina es sencilla, pero efectiva, en cuanto profundiza en la historia de amistad de los jóvenes y en cómo llevan al límite sus relaciones con los adultos. Nos encontramos además frente a un trasfondo social importante. Al mismo tiempo que se nos muestran las peripecias a las que se enfrentan los protagonistas, en el subtexto se está denunciando la falta de ideales de una generación, su inercia existencial y la violencia contenida en la sociedad en que se desenvuelven. “Guatemala es un país intolerante, donde la violencia es algo cotidiano y la gente no se da cuenta de ello", señaló el director en una entrevista durante el Festival de San Sebastián.

Pese a los galardones obtenidos, no se puede hablar de una gran innovación en cuanto al lenguaje cinematográfico en este filme. Salvo algunas excepciones (como el plano detalle del comienzo) los encuadres son bastante clásicos. Podríamos aventurar que la apuesta estética de la película radica en llevar al extremo las escenas nocturnas de exteriores. La escasa iluminación en muchas de ellas crea un ambiente sombrío y desolado, que se transforma en el sello de esta historia, pero que en ocasiones también dificulta la comprensión de ciertas acciones.

Hernández, quien se propuso trabajar sólo con actores amateurs, logró obtener de parte de ellos unas interpretaciones realistas y convincentes. Destaca sobre todo la dirección de los actores principales.

Lejos de ser magistral, Gasolina es un audaz retrato de la sociedad guatemalteca contemporánea.

Trailer de la película

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