domingo, 4 de octubre de 2009

A la espera de un milagro

El cuerno de la abundancia / Juan Carlos Tabío / Cuba-España / 2008 / 117 minutos /Premio del público Festival de Biarritz 2009

Por Ignacio del Valle

Juan Carlos Tabío la considera una película “muy triste” y, sin embargo, la audiencia que llenaba la enorme sala de la Gare du Midi, la noche de la inauguración del festival de cine latinoamericano de Biarritz, rió a carcajadas durante buena parte de la proyección de El cuerno de la abundancia; razón por la cual no dudó en otorgarle el premio del público al largometraje cubano. Una acogida algo menos entusiasta, pero igualmente risueña tuvo el filme hace seis meses en la noche de clausura de los Rencontres Cinémas d’Amérique Latine, en Toulouse. En el Festival de la Habana la suerte también sonrió a Tabío, pues su última película contó con la acogida calurosa del público.

Si su objetivo fue llegar al corazón de la audiencia, Tabío puede estar más que satisfecho. Y, sin embargo, los motivos de su éxito parecen abrir paso a una aparente contradicción: el público ríe allí donde el realizador prefiere entristecerse. Pero el cubano le quita hierros al asunto de la manera más humilde posible: afirmando, como lo hizo en Biarritz, que un director quizá no es quien mejor entienda su propia película.

Más allá de sus palabras, la razón de esta “contradicción” entre los sentimientos del realizador y los del público habría que encontrarla en la película misma. Aunque El cuerno de la abundancia ha sido concebida en clave de comedia, esconde un mensaje profundamente amargo, el de una colectividad que se aferra a la más pueril de las esperanzas para salir de la miseria. Una comunidad que ve caer del cielo un milagro que parece prometerles ese porvenir mejor que la vida cotidiana les niega. Un futuro donde los muros de sus casas no se caigan a pedazos, donde padres e hijos no tengan que dormir en la misma habitación, donde el aceite no sea escaso, donde los niños no usen zapatillas rotas. Una Cuba, en suma, donde las estrecheces se terminen a pesar de la existencia de embargos y regímenes eternos.

La llegada de un aparente milagro que se vuelve una espada de doble filo, ha sido tratado con anterioridad en otra película latinoamericana, El baño del papa (Uruguay, 2007). El filme de César Charlone y Enrique Fernández tiene indudables similitudes con El cuerno de la abundancia, pero si en El baño… el esperado “milagro” –qué apta es la palabra en este caso- viene de la mano de una visita de Juan Pablo II a una ciudad de Uruguay, en la Cuba más o menos laica de Tabío ese milagro toma la forma de una herencia inesperada. Quizá lo más triste de los dos filmes sea que, en ambos casos, se trata de historias basadas en la vida real. La familia Castiñeiras de El cuerno de la abundancia recibe la noticia de que hay una antigua fortuna de tiempos de la Colonia de la que son herederos y se lanza al dudoso proyecto de reclamarla. Con otros apellidos, el mito de la herencia millonaria, ha rondado por Cuba desde la década de los cuarenta. Y lo que es más increíble, Juan Carlos Tabío durante el rodaje de la película recibió llamados telefónicos de supuestos “herederos” y una que otra amenaza.

La materia prima del filme –esa historia absurda, amarga y real- podría haber dado pie para un filme cáustico, ácido, quizás incluso corrosivo. Un retrato grotesto y patético (“grotético” como diría Pino Solanas) de una sociedad que ha perdido la esperanza. Pero Tabío desecha esa posibilidad y opta por una comedia simplona, fácil, cuajada de obviedades. El filme se construye a partir de exageraciones y personajes planos (salvo el principal, encarnado por Jorge Perugorría). En la película campean a sus anchas las secuencias saturadas de actores que gritan al borde de la histeria y están a punto de caer –y de hecho caen- en los abismos del sketch. A ello hay que añadirle una larga seguidilla de escenas de cama y de actrices que enseñan sus encantos a la cámara a la primera ocasión. Y también a la segunda, tercera y cuarta. No quiero que se me malinterprete, no se puede sino defender la riqueza que puede otorgarle un desnudo al cine, cuando está bien empleado. Sin embargo aquí el cuerpo se vuelve soso y todo intento de erotismo o picardía se hunde en una simpleza rampante que termina por producir cierto hastío. Algo similar a lo que sucedía con esas comedias pseudo-eróticas del destape español, a fines de los años setenta.

En último término el problema no está en el desnudo en sí, ni tampoco en la idea original del filme. El problema de El cuerno de la abundancia radica en que se nos da todo masticado, no se nos sugiere nada y no se tiene ninguna confianza en la inteligencia del destinatario. Es esta obsesión por la obviedad, sin duda, la que lleva a Tabío a desterrar de su filme el fuera de campo. En El cuerno de la abundancia todos los elementos importantes aparecen indefectiblemente delante de la cámara, en el campo visual. La porción de espacio que la cámara no capta carece de importancia para el realizador, para el mundo que narra y para sus personajes. La consecuencia es un filme compuesto de escenas centrípetas, frontales e incluso cerradas, que recuerdan a una mala obra de teatro o a una telenovela.

Jean-Christophe Berjon, el director artístico del Festival de Biarritz, presentó a Juan Carlos Tabío como el más importante director cubano actual. No se trata en absoluto de una exageración, aunque habría que incluir también a Fernando Pérez. Berjon nombró dentro de la filmografía de Tabío dos películas fundamentales: Guantanamera (1995) y Fresa y chocolate (1993). Lo que no se mencionó en ese momento, aunque sí se haría después, fue que esos dos filmes fueron codirigidos por Tabío junto al gran Tomás Gutiérrez Alea. La verdad es que comparar El cuerno de la abundancia con Guantanamera o con Fresa y chocolate sería un ejercicio de una crueldad insoportable. Tomás Gutiérrez Alea –Titón o mejor dicho titán- ya no está con nosotros y Tabío se encuentra muy lejos de la calidad que alcanzó con esos filmes. Es de esperar que el cine cubano consiga mantener la herencia dejada por realizadores desaparecidos como Titón, como Humberto Solás (cuyo filme Lucía es citado en El cuerno de la abundancia), como Sara Gómez, Santiago Álvarez y tantos otros. Sería lamentable que el camino abierto por ellos se pierda y que una cinematografía tan rica como la cubana se hunda. Sería lamentable, en fin, que los cineastas cubanos terminen al igual que la familia Castiñeiras esperando un milagro para poder resurgir de las cenizas y recobrar el inmenso tesoro que les dejaron sus antepasados.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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