martes, 18 de mayo de 2010

La silla vacía de Panahi


Por Ignacio del Valle

Cuando hace un año con María José Bello nos decidimos ha crear esta página difícilmente habríamos pensado que algún día dedicaríamos una columna a un cineasta que no fuera latinoamericano. Sin embargo, si hoy decidimos saltarnos lo que ha venido y seguirá siendo nuestra línea editorial es porque nos ha parecido que las circunstancias lo exigían.

El pasado mes de marzo, el arresto arbitrario y abusivo de Jafar Panahi por agentes del régimen de Mahmoud Ahmadinejad, fue motivo de alarma para todos los que desde distintos ángulos participamos en el mundo del cine. Por estos días, la ausencia forzada de Panahi en el jurado del festival de Cannes lo ha puesto en el centro de la atención mundial. Aquella ausencia nos recuerda la persecución carnicera que el régimen de Ahmadinejad ha emprendido contra todo aquello que tenga atisbos disidencia o de simple crítica. Ahmadinejad, como un realizador torpe, ha querido dejar fuera de campo todo lo que le estorba, (entre otras cosas su pueblo). Lo que su fanatismo le impide ver es que en la vida –y en el cine- aquello que a conciencia dejamos fuera del alcance de la vista, suele terminar conquistando el lugar más visible de todos. Es así como la silla vacía de Panahi, entre el resto de los miembros del jurado, ha vuelto al realizador iraní más visible que nunca, y hace de su persona un verdadero ejemplo de la lucha por el derecho a la creación y la expresión libres.

En 1997 un cándido beso de Abbas Kiarostami a Catherine Deneuve, con Cannes como telón de fondo, suscitó la indignación (violenta) de los grupos más ortodoxos de la revolución islámica iraní. Hoy, ver vacía la silla de Panahi suscita nuestra indignación (pacífica). Sería difícil encontrar dos tipos de indignación más distintos: el de la dictadura hunde sus raíces en el miedo a la libertad, el nuestro en el miedo a que la libertad sea sesgada. Y mientras escribo estas líneas, se ha transformado en consternación porque Jafar Panahi ha decidido iniciar una huelga de hambre.

Hasta ahora pensaba que quizás lo único que unía a Panahi con la historia de las cinematografías latinoamericanas era la herencia del neorrealismo. Un legado que le escuche asumir públicamente en el festival de Valdivia del año 2006. Sin embargo, hay más puntos de confluencia entre nuestros cines y el suyo.

La situación que atraviesa Jafar Panahi no es lejana de lo que ha sido, demasiadas veces, una constante en la realidad latinoamericana. La lucha por la libertad hermana a Panahi con una larga, muy larga, serie de realizadores de nuestro continente que conocieron distintos tipos de represión por oponerse al régimen dictatorial de turno. Solanas, Birri, Vallejo, Getino, Cedrón, Rocha, Guzmán, Littin, Soto, Castillo, Ruiz, Buñuel –me permitirá don Luis que lo incluya- Sanjinés y Guillén Landrián, por mencionar sólo los primeros que vienen a mi mente, estuvieron forzados a exiliarse en algún momento de sus vidas. Otros como Gleizer, Juárez o Müller se encuentran entre las víctimas mortales de Videla y Pinochet. No vale la pena detenerse a nombrar los detenidos, no hay lista, por exhaustiva que sea, que pueda llegar a aproximarse a su cifra real, me contentaré con nombrar a la chilena Elena Varela, detenida en plena democracia -¡2008!- cuando realizaba un documental sobre el conflicto mapuche.

Cientos de metros de películas arrojados al fuego, cientos que han servido de materia prima para peines o que han sucumbido bajo tijeretazos. Esa ha sido la gesta de quienes prefieren imponer una mordaza antes que dejar hablar a las imágenes. Sin duda puede afirmarse que tanto la represión como la lucha por la libertad han marcado buena parte de la historia de nuestro cine.

Quizá lo hagan también a futuro. Mucho me temo que en nuestras latitudes y en el resto del mundo la lista de cineastas detenidos, torturados, exiliados o asesinados esté lejos de haberse cerrado. Seguirán incrementándose, como es obvio, cada vez que surja un nuevo régimen castrador. Se trata pues de una seguidilla de atropellos que no conoce ni principio ni final, como un círculo, como aquel círculo de la celda iraní con el que concluía magistralmente la película homónima de Jafar Panahi (2000). Pero a ese círculo vicioso se antepone otro que se construye gracias a la voluntad de antiguas, presentes y futuras generaciones de cineastas dispuestos a luchar por la libertad de expresión.

1 comentario:

Mª José Bello - Ignacio del Valle dijo...

Lo han liberado tras pagar una suma escandalosa. Sigue siendo una vergüenza, pero al menos ya no se encuentra tras las rejas.http://www.elpais.com/articulo/cultura/Panahi/paga/150000/euros/libertad/elpepucul/20100525elpepucul_5/Tes