martes, 29 de marzo de 2011

Lucía de Niles Atallah


Lucía / Niles Atallah / Chile / 2010 / 80 min.

Por Ignacio del Valle D.

Lucía, el primer largometraje del chileno-estadounidense Niles Atallah ha sido la gran ganadora del festival de cine latinoamericano de Toulouse (Rencontres Cinémas d’Amérique Latine de Toulouse). Aunque no obtuvo el premio principal -que le arrebató Julio Hernández Cordón con Las Marimbas del Infierno- el filme de Atallah ganó el premio Découverte de la crítica francesa, el galardón de la FIPRESCI y un premio especial que decidió atribuirle el jurado de la competencia oficial. Recompensas aparte, ni el filme ni Atallah eran desconocidos para la organización de los Rencontres. En la edición de 2010, Lucía compitió en la sección de Cine en Construcción, que se realiza en conjunto con el Festival de San Sebastián, y que tiene como fin entregar ayudas a filmes latinoamericanos que se encuentran en fase de postproducción. Ese mismo año se exhibieron fuera de competición Lucía y Luis dos cortometrajes realizados por Atallah, Joaquín Cociña y Cristóbal León.

Además del título de uno de los cortometrajes, Lucía comparte con ellos un trabajo de decorados y una fotografía extremadamente minuciosos que contribuyen a crear una atmósfera opresiva, a ratos angustiante, de fuerte carga simbólica y que juega con lo fantástico. Los dos cortometrajes fueron hechos integralmente con técnicas de animación de imagen por imagen, acompañados de una voz en off infantil y perturbadora. En el largometraje, el stop motion queda reducido sólo a algunas secuencias aisladas y la voz en off es substituida por la presencia en cámara de actores. Sin embargo, el largometraje se encuentra en cierta medida en la línea que había seguido Atallah en sus obras anteriores.

Sería difícil o al menos aventurado tratar de explicar la trama de Lucía. Niles Atallah –que contó con la colaboración de José Luis Torres Leiva como asistente de dirección, coproductor y montajista- está mucho más interesado en los valores plásticos de su película, y por lo tanto en construir una atmósfera consistente, que en contarle al espectador una historia en un sentido tradicional. Atallah no juega con la estructura dramática, sino que más bien prescinde de ella. Su filme ofrece sólo algunas pistas que permanecerán completamente abiertas: los funerales de Pinochet, un médico acusado de tortura, una mujer que trabaja en una fábrica textil (Lucía), un padre huraño y probablemente allendista (Luis), una casa cargada de recuerdos. Quizás lo que nos ofrece el filme no sea una historia, sino una relación entre estos elementos, y, más específicamente, una relación ligeramente patológica entre un padre y una hija que se hunden en la incomunicación y que son acechados por fantasmas del pasado.

El trabajo de recepción que debe acometer el espectador funciona como la reconstrucción de un puzle cuya imagen original se ha perdido o nunca existió. Una imagen de referencia que no tiene un soporte físico, sino que es un recuerdo, algo necesariamente subjetivo. Es en el público en quien recae la responsabilidad de interpretar lo que ha visto en la pantalla. Es el público quien debe tratar de reconstruir lo que no ha visto, lo que se le ha negado, lo que apenas se le ha dejado entrever. Es el público, en síntesis, el que debe desentrañar lo que ha permanecido en un permanente fuera de campo.

Por otro lado, el dispositivo empleado por Atallah suele enfrentar parejas de elementos contrarios: padre e hija; el minimalismo de los nuevos edificios y la decoración recargada de la casa; la cámara fija de la gran mayoría de las tomas y la irrupción de la cámara al hombro en la única escena en que el padre abandona su discurso monosilábico. Todos ellos parecen reducirse a uno mayor que los engloba: un interior constituido por una casa y un padre anclados en el pasado y un exterior conformado por una sociedad que se moderniza a marchas forzadas y llena de contradicciones. Lucía sirve de puente entre esas dos realidades que no quieren dialogar entre sí.

Para construir el universo de la casa, Atallah se vale de una iluminación cuyo origen suele ser fácilmente identificable en el cuadro. Además, emplea una alta temperatura del color –que genera tonos rojizos y anaranjados- lo que produce un efecto similar a la luz de una vela. También se vale en gran medida del claroscuro y utiliza, en ocasiones, iluminación proveniente de ventanas situadas a uno de los costados del cuadro (de preferencia el izquierdo). La composición de la imagen suele jugar con la profundidad del campo, así por ejemplo no es raro ver acciones simultáneas que suceden en distintas habitaciones, cada una de las cuales tiene su propia iluminación. Como podrá imaginarse, la pintura barroca ha sido una fuente de inspiración directa para Atallah. No creo aventurado decir que en el filme podemos encontrar citas directas a algunas obras de Vermeer (Dama al virginal, Oficial y mujer sonriendo), Rembrandt (Betsabé en el baño) y De la Tour (San José Carpintero y la serie de Magdalenas penitentes).

La casa misma en la que habita Lucía y su padre parece una recreación fantasmal de esas telas barrocas cuyo motivo principal era una galería de arte en la que se exponía una colección privada (un buen ejemplo de ello son las pinturas de David Teniers el joven). Los decorados de Atallah, como las obras de Teniers, se caracterizan por la acumulación de detalles milimétricamente estudiados, que hacen imposible -y hasta frustrante- cualquier intento por aprehender la imagen de un simple golpe de vista. Lo que se ofrece a nuestros ojos parece fracturado, una sumatoria de elementos cuyo resultado no será jamás una síntesis, sino más bien una yuxtaposición de elementos que ofrece múltiples caminos de lectura. Pero si las pinturas de Teniers eran una forma de mostrar el poderío de sus mecenas, para Atallah esta yuxtaposición de fotos y recortes sirven más bien para dar cuenta de las ruinas en que se han convertido los recuerdos de una familia.

El filme entero es como los muros de la casa que habitan Lucía y Luis, recargados de fotos ajadas, de recortes de prensa polvorientos, de grietas y filtraciones. Atallah nos invita a adentrarnos en esta historia como lo haríamos a través de esos testimonios dolientes de la presencia humana y del paso voraz del tiempo. Esos decorados son en gran medida la clave de la película, la casa en la que discurre la vida de Luis y Lucía se erige como una proyección de la interioridad de sus habitantes. Para él es el espejo de aislamiento, de su ensimismamiento, de su negativa rotunda a cambiar. Para ella es la expresión material de su angustia y de sus frustraciones.

3 comentarios:

pancho_dagnino dijo...

Mª José, tu comentario es tan bueno que invita a entrar en estos 80 min. de Atallah. La esperamos pronto en Stgo. slds

Mª José Bello - Ignacio del Valle dijo...

¡Muchas gracias! Nos alegra mucho que te haya servido de invitación al filme, eso es una de las principales cosas que buscamos, así que nos pones muy contentos. En esta ocasión el artículo lo escribió Ignacio del Valle. Saludos!

Rafamad435 dijo...

Muy buena película.








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