Parque Vía / Enrique Rivero / México / 2008 / 86 min
Leopardo de Oro de Locarno (2008)
Por Ignacio del Valle
La impecable pantalla blanca contrasta con la oscuridad de la sala de cine. Un solo elemento perturba ese rectángulo limpio y luminoso: se trata de una pequeña araña que el lente de la cámara ha captado en plano detalle, haciendo de ella un monstruo gigantesco. Pero no. No estamos delante de un filme de terror ni tampoco -lo que a todas luces sería más dantesco- de un reportaje de domingo por la tarde. El zapato que aplasta sin contemplaciones al arácnido se encarga de echar por tierra esa posibilidad. Al instante el título de la película aparece sobre el fondo blanco: estamos viendo Parque Vía, primer largometraje del mexicano Enrique Rivero.
En la siguiente imagen, un hombre fuma lentamente. La artritis de sus manos, su mirada y los surcos profundos de su rostro nos hablan de una existencia consagrada al trabajo físico. Son esos surcos la particular y sincera tarjeta de presentación Beto. Pero el filme quiere ofrecernos una introducción del personaje más detallada. Una introducción que toma la forma de un largo seguimiento mientras Beto se adentra por los corredores en penumbra, las habitaciones, las escaleras y la azotea de la mansión vacía que tiene la obligación de cuidar. No cuesta comprender que esa casa es más que eso, que es el mundo, la vida y las entrañas mismas de Beto. Todo un universo se nos desvela a través de ese seguimiento cámara en mano, que parece una cita de algunos de los momentos más brillantes de Elephant de Gus Van Sant.
Beto, con sus sesenta y tantos a cuentas, es de una sencillez que se confunde con cierta simpleza y una pizca, o más, de timidez. Le ha dado la espalda al mundo para asumir día y noche un presidio voluntario, que consiste en cuidar una mansión vacía, a la espera de que llegue el día –temido- en que sus dueños –de la casa y de él- consigan venderla.
Beto "es" Parque Vía… al menos en lo que toca a la trama del filme. Porque la forma de acercarse a ese personaje y de ir construyendo esa trama es tanto o más importante que Beto. En Parque Vía tiene una posición predominante la función poética, aquélla que recalca las características de la obra en tanto obra y no en tanto relato, aquélla que pone el acento en la apariencia y la estructura. A diferencia de lo que sucede en buena parte del cine masivo, en Parque Vía al aspecto referencial -el relato, la narración, incluso la descripción-, no se le confiere un lugar preferencial.
El filme es antes que nada función poética, forma. La primera pista de ello nos la da ese plano de la araña, en medio de la pantalla luminosa, blanca, casi abstracta que -parafraseando a Dominique Noguez- pareciera tener por única función decirnos “Miren mi brillo”, “Miren mi grano”, “Miren mi blancura”. Si para ver Parque Vía seguimos esta pista que nos da la araña y la pantalla blanca –es decir si nos dejamos guiar por la forma- descubriremos que más allá de los conflictos de Beto, al interior de la función poética se desarrolla una verdadera batalla entre dos formas opuestas de acercarse a las cosas.
Dentro de la casa, sobre todo durante la primera parte de la película, la cámara capta la cotidianidad de Beto –su trabajo, sus comidas, su descanso- principalmente a través de planos generales fijos y de composición milimétrica. Rivero pareciera toma distancia respecto del personaje. Es el imperio del plano secuencia y de una gran profundidad de campo. Y, sin embargo, esa forma de encarar el relato se ve cuestionada por una serie de elementos de otro orden. Se trata de primerísimos primeros planos, seguimientos con cámara al hombro, falsas subjetivas e imágenes fuera de foco que se cuelan de improviso, como una suerte de polizones. En ese vaivén de distanciamiento y aproximación, este segundo tipo de elementos se vuelven predominantes cuando Beto se ve forzado a salir de la casa para ir al cementerio. Es la tradicional “noche de muertos” mexicana y una cámara ebria atosiga a Beto, hasta volverse una amenaza que viene secundada por una banda sonora saturada de distintos ruidos que se entremezclan para formar una amalgama insoportable. Esa atmosfera opresiva refleja el pánico que Beto siente hacia el mundo exterior, y nos hace comprender por qué se refugia en la casa-claustro.
Después de la noche de muertos, Rivero vuelve a los planos secuencia y a la profundidad de campo. Ante nuestros ojos desfilan los mismos rituales de Beto y, sin embargo, ya nada es igual. Los primeros planos acuciantes y los demás elementos perturbadores que se oponían al frío distanciamiento han conseguido romper la calma de un comienzo. Han tomado las riendas del filme e irán ganando espacio en la pantalla.
En forma paralela a esto se produce otra contienda poética. Hay una tensión entre los elementos que confieren dinamismo a la trama (los giros, los puntos fuertes del conflicto, los plots) y las descripciones, los “tiempos muertos” y esos detalles “innecesarios” para el desarrollo de la acción, pero encantadores. Parque Vía pareciera apostar por privilegiar este segundo tipo de elementos y, sin embargo –he aquí el mayor reproche que puedo hacerle-, termina por traicionarse a sí misma, y sucumbir al giro efectista. Quizá ello le dé una mayor ligereza formal, quizás la haga más fácilmente abordable –lo que puede haber sido decisivo para obtener el Leopardo de oro de Locarno-, pero resulta algo decepcionante.
2 comentarios:
ayer ví esta película, y sin titubeos puedo decir que parque via entra perfectamente en la categoría de "cine de discípulo"
Reygadas es el maestro, rivero el discípulo. Aunque creo que la "ola reygadas" ha tenido mejores súbditos; como ruben imaz o nicolas pereda.
Haber ganado en locarno significa nada, ¿Que autoridad se puede tener ante las obras inmortales e imperecederas que jamás han pasado por algún festival?
los festivales de cine estan tan obsoletos, que ni siquiera ellos mismos se dieron cuenta del día en que caducaron.
DDLMs si que es un teoriko,,, ke digo teoriko,, es un profetaaa,,,
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