sábado, 2 de mayo de 2009

La Nana, de Sebastián Silva.



Por Ignacio Del Valle

En su novela Un mundo Feliz, Aldous Huxley describe una sociedad dividida en castas: los Alpha, Beta, Gamma, Delta y al final, aquellos seres inferiores llamados Epsilon. Se trata de la misma lógica que han seguido los economistas chilenos al crear las categorías sociales ABC1, C2, C3 D y E (¡Oscar Wilde tenía razón, es la vida la que copia al arte!). ¿Pero qué es lo que ocurre cuando un Epsilon (E) vive durante veinte años al seno de una familia Alpha (ABC1)? ¿Qué tipo de relaciones ambiguas se establecen entre ellos? La última película de Silva indaga precisamente en estas problemáticas.

Vemos a Raquel, "la nana" (empleada doméstica en Chile), quien come en la cocina mientras la familia está cenando en el comedor. Escuchamos las conversaciones de los patrones, pero ellos están fuera de campo. La cámara sigue en la cocina puesto que es la historia de Raquel la que importa. Esa es la apuesta de la película. Se trata de invertir el orden tradicional y de poner en el cuadro a quien habitualmente está escondido.

"Raquel llega muy joven a esta casa e inevitablemente se siente parte de la familia, aunque todo el tiempo se le está recordando que ella no pertenece al núcleo familiar", ha explicado el director durante el pasado festival de Rotterdam.

Sin embargo, el filme de Silva dista mucho de ser una crítica social explícita. La angustia de Raquel, su desconfianza hacia las demás nanas, la afección que se establece entre ella y sus patrones: todo el universo del personaje es abordado a veces de manera hilarante, otras de forma crítica, pero siempre con ironía. "No hay culpables, dice Silva, la familia no es tiránica ni esclavista, es simplemente un fenómeno que existe en América Latina, una herencia del colonialismo".

Un fenómeno que el director conoce bien. Proveniente de una familia acomodada, el cineasta encuentra la inspiración en su recuerdo de las empleadas que vivían en su casa. Aunque la película dista mucho se ser un retrato autobiográfico, las relaciones con su infancia son innegables. Lo más interesante es la locación de la película: es la casa de sus padres. Estos guiños, que pueden pasar desapercibidos para el espectador, son la prueba de una reflexión sincera del director acerca de su experiencia personal.

Encontramos estos cuestionamientos también en la forma de filmar. La cámara tiembla, duda, se mueve: este dispositivo dinámico denota una clara intención por señalar que la película no ofrece una visión, sino una mirada personal. Mirada que demuestra que incluso en un mundo dividido en individuos Alpha y Epsilon, la vida diluye las categorías fijas.

Artículo publicado en "La Película, le quotidien des Rencontres Cinémas d'Amérique Latine de Toulouse" Martes 24 de marzo de 2009.

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